Escrito el miércoles 3 de junio en el Año de la Pandemia
Hace días que no escribo en el blog. Me preguntan porque. Y lo confieso. Me aturdió la vocinglería de los últimos días. Hago un programa radial diario y no me quedó otro remedio que reportar y hablar de lo que ha estado aconteciendo. Me he empeñado en hacerlo con mesura, con serenidad, tratando de evitar que mis palabras echen sal a heridas muy abiertas. No sé si lo he logrado. A veces pienso que no me hago entender cuando hablo. Que me falta dominio de la palabra hablada. Que digo algo y hay gente que entiende otra cosa y se siente herida o se ofende, sin que esa sea mi intención. Francamente, ha habido momentos en los últimos días en que he pensado en hacer un voto de silencio mientras dure este episodio tan difícil que estamos viviendo. Pero entonces, me doy cuenta que tengo un compromiso laboral con una empresa que es muy solidaria con su público, con sus anunciantes, y con sus empleados, entre ellos yo. Dejar de hablar en la radio en estos momentos sería abandonar una trinchera.
A mi la palabra hablada me brota espontáneamente. Digo mi verdad quizás sin elocuencia, pero con sinceridad y honestidad intelectual, sin afán de apabullar, ni de herir, ni de amedrentar. Y a veces me entienden y a veces no, pero el viento se lleva mis palabras. Pero escribir es otra cosa para mi. Es una suerte de diálogo con mi alma, una íntima conversación que queda plasmada en papel y tinta. Siempre he atesorado mi privacidad, sobre todo en relación a mis sentimientos. Y por eso me ha costado trabajo llegar al momento de escribir estas líneas. Lo confieso, me da tristeza lo que está ocurriendo en mi país y me da pena escribirlo. Pero hoy he decidido volver a escribir. Seguiré haciéndolo en los próximos días. Y no es que crea que mis palabras o mi silencio sean de importancia. Es que lo tengo que hacer porque mi alma, mi conciencia, me lo exigen. Pienso esto:
1. La muerte de George Floyd fue terrible. Las imágenes de sus últimos momentos de vida fueron una suerte de pornografía de la crueldad y el sadismo. El peso de la ley debe caer sobre los cuatro policías involucrados. Y, como sociedad, como nación, tenemos que poner fin a la brutalidad policial, que se ensaña sobre todo con los afro americanos.
2. A la vez debemos tener en cuenta que la mayoría de los policías no son sádicos ni mucho menos asesinos. Les pongo un ejemplo. Hoy fue asesinado durante un saqueo en St. Louis, Missouri, el capitán retirado de la policía de esa ciudad David Dorn. Tenía 77 años. Dicen quienes le conocieron que era un hombre bondadoso que dedicó toda su vida a ayudar al prójimo. En la madrugada de hoy, como parte de un equipo de seguridad, trataba de proteger una casa de empeño asediada por una turba violenta. Una bala asesina terminó con su vida. Al igual que George Floyd, David Dorn era afro americano.
3. Las manifestaciones de protesta son amparadas por la Constitución de Estados Unidos. Son parte de nuestra historia, de nuestro concepto de la libertad. La mayoría de quienes se han manifestado en los últimos días lo han hecho de forma enérgica, pero pacífica. Pero hay que denunciar a los violentos, a los que han incendiado, a los saqueadores.
4. El odio es tan dañino como el coronavirus. Al igual que hay que arrasar con el Covid-19, hay que combatir el odio, venga de donde venga. Martin Luther King Jr., de quien se habla mucho en estos días, lo dijo así: »Hay que evitar la violencia del corazón, la violencia de la lengua y la violencia del puño.»
Pensemos en esas palabras de Martin Luther King Jr, que fue vilmente asesinado por un racista. Pensemos en nuestro país. Pensemos en que tiene que haber justicia para la víctimas del odio, como George Floyd y como el capitán David Dorn, que siempre fue un policía bueno, según dicen quienes le conocieron. Pensemos en que tiene que haber justicia para todos nosotros, que nos merecemos paz social y que nunca la tendremos en plenitud si no nos comprometemos a ser implacables contra el abuso y los abusadores pero siempre evitando la violencia del corazón, la violencia de la lengua y la violencia del puño.