Cuando se va por Quinta Avenida hacia el Oeste, desde Miramar a la Marina Hemingway, se pasa por Jaimanita. Allí donde se ve el Club Habana, a la altura de un cartel que indica con una flecha «Jaimanita, Santa Fe, Mariel», sale a la derecha un camino en un ángulo cerrado; dos patrullas y una garita lo custodian. Es el camino a la casa de Fidel Castro y su esposa, Dalia Soto del Valle.
Nadie se detiene a sacar fotos en ese punto más allá del cual no se puede avanzar. Pero todos los días grupos de yumas —el gentilicio popular cubano para los nacidos en los Estados Unidos— pasan por ahí camino a Casa Fuster, una propiedad arreglada y ornamentada por el Gaudí cubano, como llaman al artista José Fuster. Escuchan la historia y comentan los rumores sobre cómo será la residencia del viejo revolucionario. ¿Una casa de dos pisos? ¿Dos construcciones pequeñas con una piscina y un patio?
Estas excursiones se han vuelto rutinarias desde que hace un año exactamente, a las 00:01 del 20 de julio de 2015 —Washington y La Habana tienen en común, contra todo lo que las ha separado en la historia, el huso horario—, se reanudaron las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos luego de 54 años. De ese modo se habilitaron los intercambios culturales, científicos, académicos y deportivos entre ambos países, que han dado lugar al aumento del 76 por ciento (93 por ciento si se cuentan sólo los primeros meses de 2016) de los viajes a la isla de ciudadanos estadounidenses.
A las 10:33 de la mañana de aquel lunes de hace un año, la bandera cubana volvió a la mansión del 2630 de la Calle 16 en Washington, DC. Unos 700 invitados asistieron al acto histórico que marcó el cierre de la primera etapa de la reconstrucción de los vínculos entre los países vecinos, rotos el 3 de enero de 1961. En medio de las tensiones crecientes tras el derrocamiento del tirano Fulgencio Batista el 1º de enero de 1959, Castro ordenó que la representación de los Estados Unidos se redujera a menos de una docena de funcionarios, la exacta cantidad que ocupaban la de Cuba. El presidente Dwight Eisenhower utilizó esa intromisión como catalizador para retirar a todos los diplomáticos.
Ese gesto simbólico —que se completó el 14 de agosto siguiente con la reinauguración de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, frente al Malecón— concluyó la primera etapa de la normalización de relaciones que anunciaron a la vez los presidentes Barack Obama y Raúl Castro el 17 de diciembre de 2014. Acaso la etapa más sencilla: el mundo se sorprendió con gusto por el anuncio, el Papa Francisco visitó la isla, Channel planeó su desfile y los productores de Rápido y furioso filmaron partes de la película.
Un año después: nuevos desafíos
Desde entonces comenzó un tiempo más difícil: el largo proceso de llegar a acuerdos entre dos países opuestos durante más de medio siglo.
Enemigos íntimos que, además, arrastraban lazos históricos tortuosos. En 1902 los Estados Unidos, tras haber intervenido a favor de la independencia de Cuba en la guerra contra España y haber ocupado el territorio por tres años, consiguieron que la Constitución de la nueva república incluyese una cláusula intervencionista, la Enmienda Platt: «El Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual».
Tanto Washington como La Habana tienen una lista enorme de demandas mutuas, entre las cuales se destacan —para una capital— el respeto a los derechos humanos de los opositores, que el gobierno cubano trata como a mercenarios, y —para la otra capital— la derogación de las leyes que componen la trama de sanciones económicas que en un país se llama embargo y en el otro, bloqueo.
Luego de la reapertura de la representación en Washington, el secretario de Estado John Kerry recibió al ministro de Relaciones Exteriores cubano, Bruno Rodríguez: el primer encuentro oficial de esa clase desde 1959. Salvo los acuerdos durante crisis específicas —como las migratorias del Mariel y los balseros—, el intercambio entre los países se realizó mediante Secciones de Intereses creadas durante la presidencia de Jimmy Carter, en 1977. En este primer año de embajadas flamantes se creó —y ya sesionó tres veces— una Comisión Bilateral para el debate y el acuerdo.
Cuba ha reclamado la devolución de la Base Naval de Guantánamo (entregada en arrendamiento perpetuo desde antes de la Revolución Cubana, que simplemente se negó a cobrar el canon para reivindicar su soberanía) y el final del financiamiento de programas que considera de interferencia en sus asuntos internos. Otros puntos son el cierre de Radio y TV Martí, emisoras anticastristas creadas durante el gobierno de Ronald Reagan, y la derogación de la política migratoria preferencial —tras un año de asilo, los nativos de la isla obtienen residencia legal— que se halla en la base de las migraciones desesperadas.
Nada de eso está en manos del Poder Ejecutivo, y Capitol Hill no ha apoyado hasta el momento las iniciativas de Obama, quien —entre otro de los hitos de este primer año de relaciones retomadas— fue el primer presidente de los Estados Unidos que visitó Cuba en más de siete décadas. En cambio, los reclamos de los Estados Unidos sobre cuestiones económicas —conservación de marcas registradas, compensación por pérdidas materiales y humanas tras la Revolución Cubana y las expropiaciones— no quedan pendientes de la Asamblea Nacional en la isla. Pero el camino de negociación es igualmente arduo.
Logros de un año difícil
Con todo, los Estados Unidos y Cuba avanzaron mucho en su aproximación a un vínculo normal entre dos naciones soberanas. Algunas cosas parecen menores, pero afectan directamente la vida de dos comunidades muy imbricadas, como los acuerdos entre Etecsa, la empresa de telecomunicaciones de Cuba, y las telefónicas estadounidenses Sprint, Verizon y T-Mobile, o la instalación de un centro de Google en el estudio del artista K-Cho. Lo mismo sucede con la normalización del servicio de correos y la habilitación de seis líneas aéreas regulares para viajes entre los países, o la compra de café y textiles de productores cubanos independientes, una forma de apoyar la iniciativa privada en coincidencia con las medidas económicas de Raúl Castro.
Otras parecen temas muy grandes, de alta política: los diálogos sobre medidas para combatir la trata de personas, el narcotráfico, el cambio climático y la piratería intelectual. Las visitas a Cuba de secretarios de Estado, de Comercio, de Agricultura y de Transporte de los Estados Unidos, así como de varias agencias; las visitas a los Estados Unidos de ministros cubanos (Relaciones Exteriores, Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Agricultura y Salud Pública), entre otros funcionarios.
De allí ha surgido memoranda de acuerdo sobre terrorismo, ciberseguridad, seguridad de viajeros (por ejemplo, la presencia de oficiales de seguridad a bordo de los vuelos charter), mejoramiento de la seguridad de la navegación marítima, cooperación agrícola, capacitación de profesores de inglés, salud (para prevenir y combatir el dengue, el chikungunya y el zika, en principio), hidrografía. Un total de once acuerdos bilaterales.
Jeffrey DeLaurentis en La Habana y José Ramón Cabañas en Washington llevan adelante esta tarea de negociación y reencuentro que por ahora se percibe en la llegada de la cadena de hoteles Starwood a la administración del Four Points en la capital cubana, la reanudación de cruceros que comenzó en mayo con la empresa Carnival y la emisión de la tarjeta MasterCard a cargo del banco estadounidense Stonegate; también en la flexibilización de los viajes de negocios en Cuba, el envío remesas y la participación de la compañía Cleber LLC en la Zona Especial de Desarrollo creada en el Puerto del Mariel, con ventajas impositivas.
«La plena normalización de las relaciones devendrá solo después un proceso que va a tomar años», dijo Josefina Vidal, la directora general de Estados Unidos en la Cancillería cubana. «Se trata de construir una relación entre dos países que en más de medio siglo no se hablaban uno al otro, salvo en episodios esporádicos y más bien motivados por situaciones de crisis». El primero de esos años ha pasado con moderado éxito.