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El Blog de Ricardo Brown: «Huracanes en tiempos de Pandemia»

por actualidad

Como si fuera poco con la pandemia y la crisis económica, ahora resulta que hay un huracán  que pudiera castigarnos aquí en el sur de Florida. Le han puesto ´´Isaías´´ al huracán. No me parece bien que lo hayan bautizado así. Isaías es el nombre de un profeta biblíco que defendía a los pobres, los débiles y los oprimidos. Los huracanes, por otra parte, son especialmente crueles con los pobres, los débiles y los oprimidos. Pregúntenle a los residentes de Cuba o de Haití, que tanto sufren cada vez que un huracán los azota.

Me preocupa esto de que un huracán pueda golpearnos en los próximos días aquí en el sur de Florida. No me considero pobre, débil ni oprimido, pero no es agradable pasar por un huracán. O mejor dicho, que un huracán te pase por encima. A mi me ha ocurrido varias veces. Una vez, un huracán se voló parte del techo de la casa en donde vivía. En múltiples ocasiones, los huracanes me han dejado sin servicio eléctrico, a veces por varios días. Y esta vez, un huracán sería especialmente problemático. Las veces en el pasado en que he sido víctima de apagones, he resuelto mucho acudiendo a los excelentes restaurantes que hay – o que había- en el vecindario en que vivo. Siempre se buscaban los dueños de esos restaurantes la manera de operar, aunque también estaban en la zona de apagón. Y yo resolvía en esos restaurantes el problema de la alimentación. Pero eso fue antes de la pandemia, que ha cerrado para siempre algunos de esos sitios y a los que quedan se les prohibe abrir sus comedores. Pero quizás soy un poco egoísta, ¿no? Me preocupo por comer comida caliente en medio de un apagón prolongado, cuando hay tanta gente en peor situación. Más preocupante es la situación de tanta gente desempleada que enfrenta esta temporada de huracanes sin mucho dinero para comprar plywood para proteger sus ventanas, o para comprar linternas y velas y alimentos imperecederos. Hoy, como siempre hago cuando ha amenaza de huracán, fui al supermercado. Y llené un par de carritos de comida enlatada, velas, pilas para mis linternas y suficiente agua embotellada para saciar la sed de toda la población del desierto del Sahara. Confieso que me sentí mal. Vi gente que colocaba en sus carritos las mismas cosas que yo, pero en mínimas cantidades. Me encontré en el mercado con una persona conocida que se quedó sin trabajo y que sé que está atravesando una situación económica muy dura. Es una persona muy digna, muy orgullosa, que siempre se ha valido por si misma. Nos saludamos y yo le dije, ´´Oye, cualquier cosa me llamas. Estoy aquí para ayudarte.´´ Me dio las gracias, pero sé que no me va a llamar. Ya anteriormente me había solidarizado con él cuando me enteré que perdió el empleo, y nunca me llamó para aceptar mi oferta de ayuda. Por cierto, no es una persona hispana, así que no va a leer esto. A mi me angustia esto de pasar una temporada de huracanes en pandemia. Me da ansiedad de que hay mucha gente que no tiene capacidad adquisitiva para proveerse de lo necesario para proteger sus viviendas y para sobrevir con algún confort los días difíciles después de que dejan de soplar los vientos. Me preocupa que en Florida hay más de 600 mil usuarios que están muy atrasados en sus pagos de servicio eléctrico. ¿Que pasaría si nos pega un huracán y hay apagones? ¿Les restaurarían el servicio eléctrico? Ojalá que sí. ¿Y si hay que abrir los refugios en las escuelas para albergar a los más vulnerables durante un huracán? ¿Cómo se mantiene el distanciamiento social en esos refugios? Yo salí del mercado con amplias provisiones en caso de huracán. Pero con un poco de sentimiento de culpabilidad. Me apena la gente que no tiene los recursos que tengo yo para enfrentar este momento que vivimos. Y está claro que haré alguna donación a las agencias que ayudan a los damnificados. Y si puedo, si me lo permiten, ayudaré individualmente a quien pueda.  Pero me duele la pandemia, me duele esta temporada de huracanes. Le di una generosa propina a la joven que me llenó las bolsas en el mercado con todo lo que compré. Y le expresé mi sincero agradecimiento.  Mientras tanto, me he quedado pensando en la gente que vi saliendo de aquel mercado con sus carritos con muy poca mercancia. Pienso también que no le debieron haber puesto el nombre de Isaías a este huracán.

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