Quizá nunca lo volvamos a ver en nuestra vida. Un campeón de 40 años derrotando a un joven león tan hambriento y talentoso como Keith Thurman. Quizá la historia quiso hacer un guiño por último vez al legandario Manny Pacquiao de la mano de ese tercer juez que le otorgó su veredicto.
Digan lo que digan, la pelea pudo ir para cualquier lado. Pacquiao le dio esquinazo al tiempo y Thurman sacudió sus demonios para ir a una guerra que bien valió hasta el último centavo invertido en ella. El filipino nunca decepciona. Nadie nos ha dado más valor de entretenimiento que él, nadie.
Muchos creyeron que esta sería la noche del adiós, del retiro. Después de todo es difícil ser campeón y senador a la vez, guerrero y futuro aspirante a la presidencia del país. Pacquiao, aparentemente, puede hacerlo. Su boxeo es una forma de hacer política por otros medios.
Cualquier intento de depedida quedó aplastado con el primer y único conteo de la pelea, en el mismo primer asalto, cuando Thurman fue a la lona a modo de aviso. Cuando se levantó tenía cara de pocos amigos. Este no era el plan que tenía en mente.
Pero Thurman no es un boxeador cualquiera. El “One Time’‘ siempre ha exhibido un cociente de inteligencia de los mejores en el cuadrilátero y supo reajustar sobre la marcha. Aceptó y asumió, dándose a la tarea de torpedear al asiático con golpes certero y bien medidos.
Para ser justos, Thurman niveló enormemente las acciones y por momentos pareció inclinar la balanza a su favor, pero siempre volvía Pacquiao con sus contraataques en andanadas, evitando que cualquiera de los intentos de su rival 10 años menos se convirtieran en ofensivas de alcance mayor.
El público, que premió la llegada de Pacquiao con una ovación, celebraba cada golpe suyo y guardaba silencio o dejaba escapar un leve suspiro de temor ante cada golpe de Thurman. Aquí el de casa no lo era, mientras el visitante era propietario del ambiente.
Al final, cuando se anunció el veredicto de decisión dividida, la Grand Garden Arena de Las Vegas estalló en júbilo. Manny Pacquiao volvía a ser campeón a los 40, sumando un capítulo enorme a su leyenda. Thurman, por su parte, se agigantaba con su gracia al conceder la derrota. Pudo haber reclamado un robo, al menos un empate, pero tomó la ruta más alta. Bien hecho.
¿Qué viene ahora? Habrá que esperar para ver el desenvolvimiento de la divisón de los welters con los Porters, Crawfords y Spences de este mundo y momento, pero la leyenda sigue siendo leyenda. ¿Qué viene ahora? Lo mismo de siempre, el festín con la historia.
Fuente: Jorge Ebro / El Nuevo Herald