Los nervios se apoderan de Joselin Marroquín-Torres cuando está frente a la juez de inmigración. Confundida y sin entender inglés, la salvadoreña escucha al intérprete de español que tiene a su lado, pero aun así se paraliza y se olvida de entregar su solicitud de asilo.
Para su fortuna, el caso no se postergará: una mujer que conoció esa misma mañana se levanta en la sala y entrega los papeles a la magistrada.
«Muchas gracias», dice la juez Olivia Cassin, en el tribunal número ocho de la corte de inmigración del bajo Manhattan. «¿Cuál es su relación con Joselin?»
«Soy una amiga», responde la mujer.
Amigos así no se encuentran todos los días. En varias ciudades de Estados Unidos, clérigos y voluntarios se dedican a acompañar a las cortes y oficinas de inmigración a extranjeros que viven ilegalmente en el país. De este modo, les ayudan a navegar a través de un intimidante sistema y tratan de asegurarse que sus derechos no sean violados por el gobierno de Donald Trump, quien ha hablado a favor de aumentar las deportaciones.
Los voluntarios no son abogados ni expertos en leyes, pero se han convertido en una parte importante de la red de apoyo a extranjeros sin autorización para entrar al país. A pesar de que no ofrecen asesoría legal, a menudo traducen de inglés a español y avisan a las autoridades si la persona ha sido ignorada o si ha habido algún error en su caso. También tranquilizan al inmigrante en caso de que esté nervioso.
«Ir solo o acompañado puede cambiar la decisión de un agente de inmigración o de un juez. En el sistema migratorio reina el criterio de quien te toque», afirmó Kyle Barron, quien envía por correo electrónico los horarios de acompañamiento para la New Sanctuary Coalition de Nueva York desde hace cuatro años. Unos 150 voluntarios que integran esta organización se turnan para asistir a los inmigrantes, cifra que el grupo asegura que ha aumentado desde que Trump llegó a la presidencia.
Los voluntarios son clérigos, feligreses, estudiantes de derecho o trabajadores ya jubilados —generalmente nacidos en Estados Unidos o naturalizados— que quieren hacer algo por los 11 millones de extranjeros que se encuentran en el país sin autorización.
«A la gente (inmigrantes) no se les trata como seres humanos», dijo Marisa Lohse, la voluntaria argentina de 66 años que asistió a Marroquín-Torres. «Yo quería ayudar. Esta es mi forma de darles un apoyo humano», asegura Lohse, una química ya jubilada que está casada con un físico estadounidense retirado que también trabaja como voluntario para New Sanctuary. Ambos ofrecen sus servicios a quien lo necesite desde hace cuatro años.
El contacto entre inmigrantes y acompañantes de New Sanctuary surge gracias al esfuerzo de activistas y abogados probono. El grupo sin ánimo de lucro nació hace años diez años y es una coalición que cuenta con defensores voluntarios que ofrecen asesoría legal. Los recursos económicos que requiere para operar provienen de donaciones y subsidios.
La presencia de un acompañante en el juzgado crea «una atmósfera muy diferente a la de una sala en la que alguien de otra cultura está solo», señaló el exjuez de inmigración Bruce Einhorn, quien ejerció de magistrado entre 1990 y 2007 en Los Ángeles. Einhorn recuerda que los voluntarios ayudaban a inmigrantes a relajarse y a que diesen más información que permitiese al juez tomar una decisión.
Quienes integran esta red de apoyo dicen que algo tan simple como escoltar a quien lo necesita es importante debido al miedo que existe al realizar trámites migratorios y al creciente número de reportes sobre extranjeros que son arrestados durante sus citas con los Servicios de Inmigración y Control de Aduanas, más conocidos como ICE, adonde acuden porque su caso está pendiente o tienen una orden de deportación.
A pesar de que ICE no ha confirmado un aumento de arrestos durante las citas —dice que no tiene esas estadísticas_, grupos de ayuda como New Sanctuary y otros en distintas partes de Estados Unidos están reforzando su servicio de acompañamiento. «Queremos ampliar el programa de acompañantes porque ahora la crisis es más severa. El dolor, el miedo, es más grande», asegura Guillermo Torres, de Clergy & Laity United for Economic Justice, en Los Ángeles, que desde 2014 escolta sobre todo a madres y menores a sus citas.
Los voluntarios hacen largas filas junto al inmigrante y esperan durante horas a que llegue su turno en la corte o frente a un agente de ICE. Usualmente auxilian a quienes no tienen abogado, pero también prestan sus servicios cuando hay un defensor: a veces éste les pide que recojan a su cliente en auto o que se unan al equipo para mostrar a un grupo mayor frente a las autoridades.
Si el inmigrante es detenido, los acompañantes deben estar preparados para actuar con rapidez.
Por ejemplo, en marzo, un colombiano llamado Juan Vivares fue arrestado durante su cita con ICE en el bajo Manhattan a pesar de haber sido escoltado por una voluntaria de New Sanctuary. Vivares, a quien el gobierno le había negado asilo, estuvo detenido dos semanas hasta que fue liberado. Su abogada, Rebecca Press, dijo que la rueda de prensa y campaña de presión social que los acompañantes y otros grupos llevaron a cabo ayudó a que su cliente quedara en libertad.
La sala de espera donde los inmigrantes tienen su cita con ICE se llena cada mañana. Un televisor muestra las noticias de CNN y huele a patatas de bolsa que los niños comen sentados sobre el regazo de sus padres. Cada cinco o diez minutos, un agente de inmigración abre una puerta y llama por su nombre al siguiente.
Hace un par de años, New Sanctuary solía acompañar a dos o tres personas por semana, pero asegura que ahora son alrededor de cinco. En Filadelfia también hay más trabajo, dice Blanca Pacheco, vicedirectora de un grupo que pertenece a la misma red nacional que New Sanctuary pero que actúa de forma independiente.
«La voz corre de boca a boca. Ha crecido la demanda porque la organización ha crecido, pero también porque hay más miedo», asegura.
Para grupos que luchan por leyes de inmigración más duras, como Federation for American Immigration Reform, el hecho de acompañar a inmigrantes «no tiene ningún impacto real» en las cortes o ante agentes de ICE.
«Se supone que un juez tomará una decisión basándose en la ley y no en cuanta gente se presenta (en la sala de la corte)», dijo Ira Mehlman, portavoz de la organización.
No todos los programas de acompañamiento son para tribunales u oficinas de inmigración. Varios grupos en Albuquerque, Nuevo México, unieron esfuerzos recientemente para auxiliar a inmigrantes a las cortes locales por infracciones menores o multas de tráfico tras supuestamente notar la presencia de ICE en ellas.
«No sólo acompañamos para que las cortes sigan funcionando como antes, también lo hacemos porque el programa une a la gente», dijo George Luján, portavoz del SouthWest Organizing Project. «La gente sale de los entrenamientos para acompañar y de los acompañamientos en la corte sintiéndose bien y más unido a otras personas».
Ese efecto lo ha sentido Marroquín-Torres, la salvadoreña de 23 años que tuvo la audiencia con la juez Cassin en Nueva York, a donde llegó en 2016. Durante su cita, la voluntaria que le acompañaba le ayudaba a sostener a su bebé de nueve meses mientras esperaba para ver a la juez.
«Me siento segura», dijo la joven de El Salvador mientras aguardaba su turno. «Me siento acompañada».
Fuente: Associated Press