Bernie Sanders ha pasado buena parte de su carrera en los márgenes de la política, un forastero mirando hacia dentro.
Ahora, el reivindicativo político está descubriendo lo que es ser el favorito en un gran partido político.
Sanders fue el blanco de persistentes ataques en el debate demócrata del martes, tanto de sus rivales más moderados como de su competidora más afín, la senadora Elizabeth Warren. Afrontó preguntas sobre el coste y el alcance de sus amplios proyectos legislativos. Se cuestionó su capacidad de liderazgo y se puso a prueba su temperamento como nunca antes en su carrera.
“Esta noche he oído mencionar bastante mi nombre. ¿Me pregunto por qué?”, bromeó Sanders.
En efecto, ese todos contra uno reflejaba la nueva realidad de la carrera por la candidatura demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Impulsado por una ola de entusiasmo entre votantes jóvenes y por la fuerza de una coalición cada vez más diversa, Sanders ha ganado dos de las tres primeras votaciones y prácticamente empató en la tercera. Compite de forma agresiva en Carolina del Sur, que vota el sábado, y podría ganar ventaja en la crucial lucha por los delegados en las primarias del Super Martes la semana que viene.
Para Sanders, esto es territorio político desconocido.
Ha pasado 40 años en política como agitador, al margen del aparato del partido. Ha ganado elecciones como independiente y va por su cuenta en el Capitolio. Se enorgullece de ser inflexible en lo ideológico y se ha mostrado dispuesto a criticar a líderes demócratas, incluido el expresidente Barack Obama, por considerar que hicieron concesiones por conveniencia política.
Ahora, cuatro años después de que su anterior intento de llegar a la Casa Blanca le hiciera saltar a la fama, parece encaminado a convertirse en el abanderado demócrata y el candidato de su partido para enfrentarse en las elecciones de noviembre al presidente, Donald Trump.
La fuerza de Sanders ha preocupado a muchos demócratas, que temen que su estricta ideología progresista disuada a votantes en estados indecisos, especialmente mujeres de los suburbios que fueron cruciales para que el partido recuperase el control de la Cámara de Representantes en 2018. Los donantes y otras élites del partido confían nerviosos en que otro candidato moderado pueda adelantarle en las próximas semanas, pero admiten que eso es cada vez más improbable a menos que las primarias den un giro considerable.
Sus rivales intentaron hacer ese cambio de dirección en el debate del martes. Arremetieron contra el senador de Vermont con duros ataques, y en ocasiones le pusieron a la defensiva.
El ex vicepresidente Joe Biden criticó su eficacia como legislador, señalando que “de hecho, Bernie no ha aprobado gran cosa”.
Pete Buttigieg, exalcalde de South Bend, Indiana, acusó a Sanders de cambiar las estimaciones de gastos para sus grandes proyectos, incluido un sistema sanitario conocido como “Medicare para todos”.
El exalcalde de Nueva York Mike Bloomberg afirmó que Sanders no solo perdería ante Trump, sino que su candidatura supondría una “catástrofe” para los candidatos demócratas al Congreso que se presentan en estados y distritos más moderados.
“¿Puede alguien en esta sala imaginarse a los republicanos moderados saliendo a votarle?”, preguntó Bloomberg.
Incluso Warren, amiga y cercana ideológicamente a Sanders, le atacó con firmeza por primera vez, cediendo por fin a sus seguidores, que instaban a la senadora a presentarse de forma explícita como la candidata progresista más pragmática y eficaz.
“Bernie y yo estamos de acuerdo en muchas cosas, pero creo que yo sería mejor presidenta que Bernie”, dijo Warren.
Sanders estaba preparado para los ataques. Cuando vio cuestionadas sus posibilidades en las urnas, presentó encuestas que indican que ganaría a Trump si ambos compiten por la presidencia. Cuando se le presionó sobre si era factible aplicar su costoso plan de proyectos estatales, dijo que la idea de que sus políticas son radicales era errónea.
Sin embargo, se vio obligado a admitir que hizo un “mal voto” al pronunciarse contra endurecer el control de armas en el Senado.
Y cuando defendió unos comentarios positivos que hizo hace poco sobre el líder cubano Fidel Castro, pareció sorprenderse cuando alguien en la sala del debate en Charleston, Carolina del Sur, le abucheó.
“¿De verdad? ¿De verdad?”, preguntó a la multitud.
La ofensiva fue un alivio para los defensores de sus rivales, cada vez más alarmados por sus posibilidades en las elecciones generales y que advierten que se acaba el tiempo para impedir que Sanders consiga la candidatura.
“Le vieron presionado, presionado por fin por los otros candidatos”, dijo Muriel Bowser, alcaldesa de Washington y partidaria de Bloomberg.
Los próximos días serán una prueba de si el creciente escrutinio sobre Sanders ha planteado dudas entre los votantes. No se espera que gane en Carolina del Sur, pero tiene efectivo disponible y está invirtiendo en el estado esta semana con la esperanza de dar la sorpresa y bloquear a Biden, que necesita una victoria convincente para seguir en campaña.
Sin embargo, el objetivo real de Sanders son los numerosos delegados en juego el 3 de marzo, cuando votan estados como California, la joya más codiciada de las primarias.
El equipo de Sanders se mostró confiado tras el debate, alegando que el senador se había beneficiado de ser el centro de atención.
“Le atacaron con todo”, dijo Nina Turner, exsenadora estatal de Ohio e importante valedora de Sanders. “Estaba en el centro de ese escenario, donde todos los demás querían estar”.
Fuente: AP