Hay quienes aseguran que Putin está loco. Yo no sé si es así. La locura es una enfermedad. No soy médico. Sí me parece raro todo eso de esas mesas tan largas en que se sienta Putin para hablar con visitantes, como el presidente francés Emmanuel Macron, o para dar órdenes a sus despreciables lacayos.
Raro eso de esas mesas putinescas que tienen el largo de piscinas olímpicas. ¿Cuantos árboles habrán talado para que el desvergonzado Putin se sienta cómodo en esas mesas que parecen pistas de aterrizaje.
¿Será que están desforestando los bosques rusos para tener material para construir las grotescas mesas putinescas?
¿Tiene miedo Putin de que lo vayan a contagiar de Covid u otra enfermedad? No lo dudo. Putin es como todos esos dictadores matones que mandan a otros a la guerra, pero ellos ni se asoman por donde vuela el plomo.
No dudo que Putin es un cobarde. Y no dudo que tiene el cerebro lleno de pus y el corazón lleno de veneno.
Putin es malo. Es un ser miserable. Un acomplejado que hace alardes de hiper-machismo, haciéndose retratar montando a caballo y sin camisa.
Yo cuando veo esa foto de Putin como jinete con el pecho al desnudo, pienso que esa es una imagen de un caballo y una yegua.
Pregúntenle a un cubano que se quiere decir cuando se le llama yegua a un tipejo como Putin.
Putin la yegua.
Y esos zapatos con tacón elevado que usa Putin, para tratar de lucir más alto. Quizás los ridículos zapaticos putinescos le agregan una o dos pulgadas a la estatura del tirano, pero no evitan que siga siendo un enano acomplejado.
Una yegua, un enano acomplejado, rabioso, maldito que se ha pasado la vida haciendo daño. Y que ahora ha mandado a asesinar a todo un pueblo. Y que pudiera desatar una guerra mundial.
Hay que parar a Putin.
Hay que frenar a este monstruo, tan lleno de odio y maldad
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