La última vez que estuve en Nicaragua fue en marzo de 1999 cuando el presidente Bill Clinton hizo una breve gira por Centroamérica.
Perdí la cuenta de mis previos viajes a ese país.
Pero no creo que me equivoque si digo que hay mucho que no ha cambiado desde aquel último viaje ni de la primera vez que fui a Nicaragua, allá por 1982. Como por ejemplo lo siguiente:
Daniel Ortega es un tipo malo, cruel, sanguinario. No tiene escrúpulos. Es un ladrón. Lo era cuando llegó al poder después de la fuga de Somoza. Lo era cuando estuvo 17 años fuera del poder. Y lo sigue siendo desde que regresó al poder. Y no va a cambiar.
A mi no me sorprende esta nueva ola represiva que ha desatado Ortega, encarcelando pre candidatos presidenciales de la oposición y reprimiendo periodistas.
¿Qué otra cosa se esperaba del genocida que mandó a ahogar en sangre la rebelión de abril del 2018?
Ortega es el mismo de siempre. Su pareja, Rosario Murillo, es la misma de siempre. Y no dudo que también sean malos, retorcidos, corruptos y homicidas los cachorros del matrimonio dictatorial.
Es igual que ocurrió con los hijos de Saddam Hussein y de Muamar el Gadafi. De tal palo, tal astilla.
Las víboras ponen huevos de víboras.
No sé que ocurrirá en Nicaragua. Y por supuesto que no tengo soluciones, que además no corresponden a mi.
Solo sé que me parece terrible que, después de tanta metralla y muerte en la historia reciente de Nicaragua, algo de lo que fui testigo, sigan en el poder los nefastos Daniel y Rosario.
Por cierto, aquella última vez que visité Nicaragua en 1999, el presidente era Arnoldo Alemán.
No libro de culpa al mantecoso Alemán.
No critico la corpulencia de Alemán y su insaciable apetito que lo hacía consumir cantidades industriales de gallo pinto, carne asada, vigorón y tres leches, delicias de la cocina nicaraguense.
Y sé de lo que hablo, porque una vez lo vi comer en el Restaurante Los Ranchos de Managua, antes de que llegara a la presidencia.
Aquel hombre que parecía que iba a reventar, devoró en minutos suficientes calorías como para nutrir a la mitad de los pobres que lamentablemente siempre han abundado en un país muy rico en gente trabajadora, digna y valiente.
Me llamó mucho la atención aquella imagen de Alemán en Los Ranchos. Me imaginé que igual comía, con ese júbilo, el rey Enrique Octavo de Inglaterra, muy dado a los bacanales.
Pero en aquella ocasión me alegré que Alemán disfrutará tanto de su cena. Minutos antes, había visto al mismo Alemán allí en Los Ranchos pegarle un estupendo insulto a Bayardo Arce, uno de los compinches de Ortega.
Me impresionó la valentía en aquel momento de Alemán.
Fue mucho después que me decepcionó.
Fue mucho después cuando se hizo evidente que Alemán tiene un apetito insaciable de dinero que no es suyo.
Fue vergonzoso el pacto Alemán-Ortega que entregó el país al sátrapa que hoy desgobierna Nicaragua.
Sea como fuere, quien no me decepcionó nunca es Daniel Ortega. Siempre pensé que es lo que es. Un miserable.
¿Y qué se puede esperar de un miserable como Daniel Ortega?
Pues, más represión, más corrupción y más muerte.
Eso es lo que viene.
Mientras tanto, mi admiración de siempre a los nicaraguenses que luchan por la democracia.
No conozco pueblo más valiente que el pueblo nicaraguense.
Escrito el miércoles 9 de junio de 2021.-
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