El responsable y protagonista es Mark Welch Munroe, Mr. Pat o Daddy Pat para los amigos, un banquero local que decidió invertir cuando Coca-Cola salió a bolsa en 1919 a un precio de 40 dólares por acción. Poco después, por un conflicto con sus proveedores de azúcar, los títulos cayeron a menos de la mitad, 19 dólares. Pero eso no frenó a Pat, que siguió invirtiendo.
La clave vino poco después, en 1922. Tras una gran cosecha de tabaco, principal cultivo de la zona, Munroe aconsejó a los granjeros y vecinos que invirtieran en títulos de la compañía. Incluso llegó a prestar dinero si el objetivo era comprar acciones de Coca-Cola. Además, les aconsejó que nunca los vendieran. Y muchos siguieron el consejo, y durante años siguieron invirtiendo, igual que el propio Pat.
La leyenda dice que Munroe se dio cuenta de que en plena Depresión, muchos inversores se rebuscaban en los bolsillos en busca de las últimas monedas para conseguir una Coca-Cola para aliviar las penas de su ruina. Antes de la II Guerra Mundial, Quincy lograba ser el pueblo con mayor riqueza per cápita, todo gracias a las acciones y los dividendos de la empresa fabricante del refresco más famoso del mundo.
Lugar de leyendas
La historia es muy real, pero con los años se ha ido adornando de leyendas por confirmar. Llamada la ciudad de los millonarios de la Coca-Cola, muchos herederos no quieren hablar del tema, y los herederos de Munroe hace años que muestran su cansancio tras haber contado cientos de veces su historia. Por ejemplo, es difícil estimar el número real de millonarios, oscila entre 25 y casi 70 según distintos medios, lo que en cualquier caso hace del pueblo uno de los que tiene más ricos por habitante.
Muchas participaciones están ‘escondidas’ en trusts y han pasado de generación en generación, por lo que es difícil estimar cuántos hay. Además, la estrategia de comprar y mantener, y en muchos casos reinvirtiendo los dividendos, hace que muchos millonarios no hayan disfrutado ni siquiera del dinero que poseían sobre el papel, puesto que la cultura de no vender las acciones de Coca-Cola se convirtió en un auténtico rasgo diferencial del pueblo.
También se cuenta que la propia compañía con sede en Atlanta fletaba convoys especiales para ir a recoger a los accionistas locales de cara a las juntas de accionistas, y Johnny Blitch, historiador local, aseguraba a Bloomberg que en un momento dado los residentes de Quincy llegaron a tener más de dos tercios de las acciones cotizadas.
Lo que sí está claro es que los dividendos de la Coca-Cola han ayudado en muchas ocasiones a Quincy a superar problemas económicos. En los años 60, por ejemplo, cuando la crisis de la industria del tabaco disparó el desempleo en el pueblo hasta el 38%. Pero los ricos de la Coca-Cola salieron al rescate de sus vecinos, pagando facturas e incluso encargándose de los regalos para los niños en Navidad.
Pero el dinero de la Coca-Cola no ha durado para siempre. El número de millonarios ha decrecido, al repartirse entre los herederos, algunos decidieron simplemente venderlas y otros se fueron del pueblo, que hoy en día no tiene grandes perspectivas. Los millonarios siguen haciendo obras de caridad, pero cada vez son más un reducto de la historia.