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Quién le iba a decir a Donald Trump -el político que más insultos ha repartido en una campaña en la historia reciente estadounidense- que se iba a quedar corto ante la oleada de calificaciones que le han dirigido compañeros republicanos a su más inmediato rival, el senador Ted Cruz, al que el magnate suele referirse como «Cruz, el mentiroso».
Pese a haber trabajado con él en el Congreso, a donde Cruz llegó en 2012, sus más cercanos compañeros de formación no han dudado en descalificarle y, de paso, desmerecer la campaña del que parece ser hasta la fecha el único aspirante republicano que puede evitar la nominación de Donald Trump para la candidatura presidencial.
«Odio a Cruz. Si consiguiera la nominación creo que tomaría cianuro», explicaba a comienzos de este mes el congresista por Nueva York Peter King.
El último en apuntarse a la lista de políticos que han declarado públicamente su desdén por Cruz, que se juega el todo o la nada en las primarias de Indiana del martes, donde mantiene las opciones de imponerse a Trump, ha sido el ex presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, que a juzgar por sus declaraciones no guarda muy buenos recuerdos de su trabajo con el senador texano.
Boehner dijo la semana pasada, en una conferencia en la Universidad de Stanford, que Cruz era «el mayor miserable hijo de p***» con el que le había tocado trabajar y un «lucifer de carne y hueso». Pero para Cruz, que comenzó a fraguar su fama en el Club de Debate de la Universidad de Princeton a comienzo de los 90, ser vilipendiado no es algo nuevo: su compañero de habitación en Princeton lo ha descrito como «una pesadilla de ser humano».
Cruz lleva esa animadversión no como una losa política, sino más bien una credencial que lo separa del resto del «establishment», la élite republicana de la que se ha querido diferenciar desde que en 2010 el movimiento ultraconservador del «Tea Party» se convirtiera en un arma política de gran influencia en Washington.
Un reportaje publicado a comienzos de este año por la revista The Atlantic, que analizaba a fondo la vida y obra de Ted Cruz, aseguraba que Cruz voluntariamente quiere despertar el odio de algunos republicanos del Congreso para posicionarse en la carrera hacia la Casa Blanca como el único y verdadero conservador.
El «establishment» republicano se ve ahora en este ciclo de primarias ante la tesitura de apoyar a Trump -algo que han hecho figuras como el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie- o a Cruz, un político casi sin amigos a quien lo apoyan algunos porque es el único que puede evitar que Trump consiga la nominación presidencia automática al alcanzar los 1.237 delegados antes de la Convención Republicana de este verano.
Lindsey Graham, que ha dado su apoyo a Cruz, llegó a decir que si a Cruz lo mataban en el Senado y el juicio se celebraba en esa Cámara el asesino «saldría absuelto».
Cruz, que tiene 565 delegados frente a los 996 de Trump, se juega su futuro político y el éxito de su estrategia de hacer pocos amigos para resaltar su perfil conservador este martes en Indiana, donde están en juego 57 delegados y donde si se proclama ganador podría dar un impulso a su carrera hacia la candidatura presidencial.
Para completar la difícil gesta de negar a Trump los 1.237 delegados, Cruz ha recurrido a una giro tan inusual como arriesgado: anunciar que su vicepresidenta será la ex ejecutiva de Hewlett Packard Carly Fiorina.
Raras veces un aspirante a la nominación republicana había presentado su elección para la vicepresidencia antes de llegar a la convención del partido, donde los delegados acaparados durante el proceso de primarias depositan su voto y deciden quién será el candidato a las elecciones generales.
Pero estos no son tiempos para estrategias convencionales y Cruz ha realizado un movimiento arriesgado. Fiorina le puede procurar el voto femenino que se está concentrando en la demócrata Hillary Clinton y que los comentarios sexistas de Donald Trump tanto alejan del partido conservador. Pero al mismo tiempo, Fiorina es difícilmente lo que puede llamarse una figura carismática y como mucho su papel puede reducirse a mejorar las posibilidades de ganar en las primarias de California, donde todos dan por ganador a Trump y donde ella no tuvo un paso brillante por la política en 2010, cuando intentó convertirse en senadora por ese estado.
Precisamente lo que Cruz necesita ahora más que nunca es gustar a un electorado republicano que no ha conseguido conquistar del todo. Para el senador de Texas, los estadounidenses evangelistas y ultrareligiosos siguen siendo su caladero de votos y eso no ha cambiado a lo largo de este largo proceso de primarias en las que el ganador debe fraguarse una imagen que guste a los conservadores pero que pueda cosechar una victoria en las generales, donde colectivos como las mujeres, los jóvenes, los hispanos o los afroamericanos son clave.
Solo en un estado (Wisconsin) de todos en los que han celebrado primarias hasta la fecha Cruz ha conseguido más votos entre los republicanos que se definen como «moderados», que en la gran mayoría han ido a parar al senador por Florida Marco Rubio o al gobernador de Ohio, John Kasich.
Cruz debe ganar el favor de esos moderados primero en Indiana, donde el ganador de la contienda se lleva 30 delegados a nivel estatal más el resto de los 27 que se reparte por condado, y posteriormente, el 7 de junio en California, donde hay en juego 172 y donde finalmente Trump podría tocar la cifra mágica de 1.237 delegados y quedar a un paso de la nominación.
Si como se espera, Trump se impone en West Virginia y Nueva Jersey, serían esos dos estados los que decidirían si la convención republicana de julio será la coronación formal de Trump como nuevo líder republicano y candidato a presidente.
Pero Trump sigue creciendo y ya es visto como el más probable candidato presidencial republicano. Se enfrentará, si todo se mantiene como hasta ahora, a Hillary Clinton, la favorita para hacerse con la nominación demócrata.
Mientras tanto, los comentarios de Boehner, de otras importantes figuras conservadoras o de los ricos donantes, que no han movido ficha hasta el momento como lo hicieron en 2012, hacen indicar que los estrategas conservadores se preparan en la sombra para no perder el control del Congreso, resignarse a una presidencia de Clinton y preparar un futuro en el que figuras como Trump y Cruz no vuelvan a aparecer.
Fuente: Infobae.com

